El taoísmo es una filosofía
individualista que busca la realización y la felicidad del ser humano mediante
la placidez de la mente y el espíritu. Aunque
tiene sus orígenes en la época de los chamanes (3000-800 a.e.c.), en una
reflexión sobre su afinidad con cierto anarquismo individualista, importa
contextualizar que ambos alcanzaron su máximo esplendor en un momento histórico
convulso. En el caso del taoísmo, se trata de una época que se inicia con la
desintegración del imperio Chou y la aparición de los nuevos estados feudales.
Las consecuentes guerras internas, durante el denominado Periodo de Primavera y
Otoño (770-476 a.e.c.), y sobre todo durante el conocido como Periodo de los
Estados en Guerra, (775-221 a.e.c.) en el que reinó el caos y la violencia generados
por los señores feudales, que guerreaban
entre ellos por el control y la hegemonía, dieron lugar a varias
corrientes de pensamiento, entre ellas el taoísmo.
El texto más antiguo del taoísmo es el Lao-tzu, producido en el Periodo de Primavera y Otoño (770-476
a.e.c.), en el que todavía se discute sobre la manera de llevar los asuntos
públicos. Sin embargo, tanto Chuang-tzu
como Lieh-tzu defienden la idea de la
no implicación, es decir, el wu-wei o
no-acción. Estos dos últimos textos fueron escritos en el Periodo de los Estados en Guerra (475-221 a.e.c.), es decir, como
ya se ha anotado, un periodo de transición de la sociedad esclavista a la
sociedad feudal. Los taoístas reaccionan frente al aparato ideológico
confuciano que sustenta el sistema de jerarquías y privilegios de la nobleza
esclavista establecido por el duque de Zhou.
En el Lieh-tzu, por ejemplo, se dice:
“El gobierno del sabio es: vaciar la mente del pueblo y
llenar su estómago; debilitar su ambición y fortalecer sus huesos; hacer siempre
que el pueblo no tenga conocimientos ni deseos; hacer que los inteligentes no
se atrevan (a gobernar); no actuar, en una palabra, y entonces reinará el orden
universal”. Lieh-tzu, c. XLVII (III).
Para entender este párrafo, hay que
tener en cuenta que el taoísta es un hombre que busca la paz interior y el
equilibrio, para realizar el ideal del hombre perfecto. Para lograr estos
objetivos, el taoísmo promueve una vida sencilla en la que el sabio,
perfectamente anónimo, se dedica a trabajar la tierra, pescar o, simplemente,
disfrutar del silencio en un bosque perdido, como señala Iñaki Preciado en la
introducción al Lieh-tzu, es decir, romper con las ataduras, dogmas y
convenciones que le ligan a un mundo social
corrompido y le impiden su libertad natural espontánea. Pero se trata de
una libertad en un sentido hedonista en la cual la renuncia o cualquier tipo de
control, no tienen cabida, pero el hombre tampoco pierde de vista su meta, es
decir, la integración con la naturaleza, en perfecta comunión con el Tao, para
lo cual es necesario comprender la dualidad del mundo y superarlo.
Esta especie de anarquismo individualista implica
rechazar toda forma de autoridad. El mejor gobierno de reyes y señores, es el
de la no-acción: dejar que el pueblo se gobierne solo, en un sentido similar,
en algunos aspectos, a nuestro actual liberalismo, aunque sin el componente
neocapitalista que a la postre, no es más que otra forma de gobierno, cosa que
rechaza el taoísmo. Lo que se pretende es reconectar con una supuesta Edad de Oro, una vuelta a la
simplicidad y pureza del hombre, sin las imposiciones de los gobernantes que lo
desnaturalizan.
Sin duda hay versiones occidentales de esta posición ante
el mundo que haciendo o no mención de manera explícita al Taoísmo, demuestran
una afinidad con él. Alan Watts, Murray Boochin, Fritjof Capra… algo del
anarquismo individualista podría considerarse el taoísmo occidental. Como
señala Salvador Panniker, el contexto en el que surgieron ambos sistemas es
similar, es decir, la pérdida de derechos y de seguridad jurídica, entre otros
aspectos. En definitiva, la explotación
del hombre por el hombre. Y es que, como responde Yang zhu al señor Meng cuando
le pregunta por qué el hombre busca la fama: “porque ambiciona honores… para
enriquecerse”. Y más adelante afirma: “Con la verdad no se llega a la fama.
Quien ésta alcanza es que se ha apartado de la verdad. Los hombres célebres no
son más que falsarios.”
Alfredo Sanchis
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