lunes, 16 de marzo de 2020

Taoísmo y anarquismo individualista


 
            El taoísmo es una filosofía individualista que busca la realización y la felicidad del ser humano mediante la placidez de la mente y el espíritu. Aunque  tiene sus orígenes en la época de los chamanes (3000-800 a.e.c.), en una reflexión sobre su afinidad con cierto anarquismo individualista, importa contextualizar que ambos alcanzaron su máximo esplendor en un momento histórico convulso. En el caso del taoísmo, se trata de una época que se inicia con la desintegración del imperio Chou y la aparición de los nuevos estados feudales. Las consecuentes guerras internas, durante el denominado Periodo de Primavera y Otoño (770-476 a.e.c.), y sobre todo durante el conocido como Periodo de los Estados en Guerra, (775-221 a.e.c.) en el que reinó el caos y la violencia generados por los señores feudales, que guerreaban  entre ellos por el control y la hegemonía, dieron lugar a varias corrientes de pensamiento, entre ellas el taoísmo.
El texto más antiguo del taoísmo es el Lao-tzu, producido en el Periodo de Primavera y Otoño (770-476 a.e.c.), en el que todavía se discute sobre la manera de llevar los asuntos públicos. Sin embargo, tanto Chuang-tzu como Lieh-tzu defienden la idea de la no implicación, es decir, el wu-wei o no-acción. Estos dos últimos textos fueron escritos en el Periodo de los Estados en Guerra (475-221 a.e.c.), es decir, como ya se ha anotado, un periodo de transición de la sociedad esclavista a la sociedad feudal. Los taoístas reaccionan frente al aparato ideológico confuciano que sustenta el sistema de jerarquías y privilegios de la nobleza esclavista establecido por el duque de Zhou.
            En el Lieh-tzu, por ejemplo, se dice:
“El gobierno del sabio es: vaciar la mente del pueblo y llenar su estómago; debilitar su ambición y fortalecer sus huesos; hacer siempre que el pueblo no tenga conocimientos ni deseos; hacer que los inteligentes no se atrevan (a gobernar); no actuar, en una palabra, y entonces reinará el orden universal”. Lieh-tzu, c. XLVII (III).

            Para entender este párrafo, hay que tener en cuenta que el taoísta es un hombre que busca la paz interior y el equilibrio, para realizar el ideal del hombre perfecto. Para lograr estos objetivos, el taoísmo promueve una vida sencilla en la que el sabio, perfectamente anónimo, se dedica a trabajar la tierra, pescar o, simplemente, disfrutar del silencio en un bosque perdido, como señala Iñaki Preciado en la introducción al Lieh-tzu, es decir, romper con las ataduras, dogmas y convenciones que le ligan a un mundo social  corrompido y le impiden su libertad natural espontánea. Pero se trata de una libertad en un sentido hedonista en la cual la renuncia o cualquier tipo de control, no tienen cabida, pero el hombre tampoco pierde de vista su meta, es decir, la integración con la naturaleza, en perfecta comunión con el Tao, para lo cual es necesario comprender la dualidad del mundo y superarlo.
Esta especie de anarquismo individualista implica rechazar toda forma de autoridad. El mejor gobierno de reyes y señores, es el de la no-acción: dejar que el pueblo se gobierne solo, en un sentido similar, en algunos aspectos, a nuestro actual liberalismo, aunque sin el componente neocapitalista que a la postre, no es más que otra forma de gobierno, cosa que rechaza el taoísmo. Lo que se pretende es reconectar con  una supuesta Edad de Oro, una vuelta a la simplicidad y pureza del hombre, sin las imposiciones de los gobernantes que lo desnaturalizan.
Sin duda hay versiones occidentales de esta posición ante el mundo que haciendo o no mención de manera explícita al Taoísmo, demuestran una afinidad con él. Alan Watts, Murray Boochin, Fritjof Capra… algo del anarquismo individualista podría considerarse el taoísmo occidental. Como señala Salvador Panniker, el contexto en el que surgieron ambos sistemas es similar, es decir, la pérdida de derechos y de seguridad jurídica, entre otros aspectos. En definitiva,  la explotación del hombre por el hombre. Y es que, como responde Yang zhu al señor Meng cuando le pregunta por qué el hombre busca la fama: “porque ambiciona honores… para enriquecerse”. Y más adelante afirma: “Con la verdad no se llega a la fama. Quien ésta alcanza es que se ha apartado de la verdad. Los hombres célebres no son más que falsarios.”
Alfredo Sanchis